Por estos días he optado por el silencio.
Se podría pensar que el silencio sucede cuando no tenemos nada que decir o cuando no hay nada, pero mi silencio esta lleno de muchas cosas reales que bullen y se mueven en alguna parte dentro de mí y de las cuales no puedo hablar por carecer de referentes o de inicios.
Lo violento de las cosas me dejan en silencio, me dejan sin tiempo (ni espacio) de buscar o encontrar en estas mismas cosas (presentes o pasadas) las imágenes o palabras para sacarlas hacia el exterior y dejar de callar, para definirlas, todo me sobrepasa y desborda, nada va con mis ritmos.
Intentar hablar/escribir sobre estas cosas que me desbordan y que bullen mientras yo atravieso este periodo de silencio sería solo un intento de dibujarlas tomando ejemplos pasados o vividos, convertiéndolas en otra cosa, así, tratar de expresar mi silencio sería un intento de construir una imagen que se le parezca, mas no el mismo silencio o eso que vivo que bulle dentro, sería cualquier cosa inventada o ficticia, pero nada real.
Algo así como el dolor.
Si permanezco en silencio no es un intento de huir de lo real, ni un aislamiento, sino más bien un intento de acercarme más a ello a lo real y a lo único que tengo, como un viaje en silencio al interior de mi médula para ver ante mis ojos como sucede el dolor (mientras afuera en la piel, me corta un cuchillo) el silencio para ver el dolor y no tener que definirlo.
Me pregunto sí -y nada más- dónde es que nace todo esto, si encontráse un punto de partida, me sería entonces más fácil empezar un camino, un inicio, luego ir moviéndome de un lado a otro, definiendo líneas y límites y como resultado de este viaje tendría un objeto delante de mí, un objeto que reconocería y guardaría en alguna parte como una referencia útil para lo desconocido que vendrá.
Hasta hace no mucho, pensaba, que dentro de mí dormía la huída esperando despertar para empezar una carrera de portazo tras portazo y después de todo lo inexplicable y el silencio.
Ahora me di cuenta de que eso que yo pensaba era una huída, no ha sido otra cosa que el encuentro.
Saber bien qué es lo que se deja tras el portazo y saber bien que es lo que a uno le espera en el destino, no es una huída.
Huir, creo, es salir corriendo sin saber de dónde o nada hacia un lugar del cual no se sabe dónde está ni tampoco se sabe nada de él.
(he huído pocas veces entonces)
El estar en silencio me permite absorber -quizá en un intento de captar referencias para romper el silencio- todo aquello que se mueve alrededor de mis sentidos.
Palabras que llegan en un caos y se amontonan frente a mí en montañitas oscuras. ¿Cómo tomarlas para ponerlas dentro de mí, para que se encuentren con eso real silencioso y para que se abracen en un reencuentro y coincidan emparejadas y así me permitan decir todo eso que llevo dentro?
Palabras que podría respirar y dentro de mí puedan definir algo: la expresión dura de mi mirada, mis puños cerrados, mi poco sueño y hasta mi mismo silencio.
Colores que se chorrean de las cosas, van fluyendo como ríos buscando el océano, ¿cómo tomarlos -me pregunto- sin que se mezclen en una mancha o se pierdan en otros colores?
Podría beberlos en vasitos pequeños o inyectármelos en diferentes venas, para así llenar a esas palabras que suenan vacías, llenar a todos esos espacios hasta ahora vacíos que he ido definiendo con palabras, trazos y hasta gestos.
Voy pasando los días a solas aquí, acompañado de ti y conmigo mismo, pensando cosas como esta, viendo cómo se mueve la primavera entre grises y colores y por ahí las palabras, siempre las palabras amontonándose en pilas como mi ropa sucia que iré a lavar, palabras que siempre me esperan (y yo a ellas) en silencio.
Yo recuerdo que estando en silencio en algún septiembre, hace mucho tiempo, escribí un relato sobre el corazón de una manzana verde, que en inglés es core en este idioma las manzanas tienen núcleos y no corazones, y mi relato en inglés era de corazones de manzana nucleares que estallaban como una bomba, corazones verdes de núcleo verde. algo así era, ahora pienso en español y escribo esto, entonces uno siempre va como un roedor de dientecitos afilados, dando mordiscos a todo hasta encontrarse un corazón y ahí la cosa se termina, se arroja en corazón, sale un árbol, los frutos, y otra vez las manzanas con corazones.
Y las manzanas también se pudren, con corazón y todo, podrido todo, llegan los gusanos y ya no hay corazón mordisqueado, ni tierra ni árbol.
Lo otro que escribí era algo sobre las sombras que veía en esa casa tan blanca, yo me acostaba en el piso y veía como se iban moviendo las sombras en las paredes blancas de esa casa vacía, a veces las escribía, había sombras gruesas, delgadas, marcadas o tenues y se me ocurrió que algunas de esas sombras eran lánguidas, entonces escribi que debería juntar a todas esas sombras lánguidas, incubarlas entre las paredes blancas y liberarlas luego en una sinfonía de dolor y vacío.
Felizmente ya se acaba septiembre, porque en septiembre parece que hay algo que siempre se rompe. Septiembre me suena a enjambre y a estambre, septiembre me recuerda a la fecha del nacimiento de mi abuelo, el padre de mi madre, también a esas cosas florales y silvestres que se reverdecen, a esos árboles con muchas frutas en los que puedes subir y recogerlas, así son los septiembres, mi abuela decía que si uno se comía las pepas de las frutas, entonces te crecía un árbol en el estómago y las ramas y las hojas salen por la nariz, boca y orejas.
Mi corazón es como una fruta.
Y si ya te lo comiste, (hasta las pepitas) ya te jodiste, porque te va a salir un árbol, que no te va a dejar ni respirar ni ver ni oír.
Voy a crecer dentro de ti.
Creo que estoy un poquito enojado, arrebatado, así me dijeron, porque ya quiero que se acabe este mes, ahora hay un octubre desconocido que por ratos desearía que fuese conocido para saber que bajando las escaleras, estaría en otra ciudad de lluvia y yo sin paraguas, de palabras que no se entienden, de los sueños de colores, del encuentro y de los viajes dentro de viajes.