Cielo

Hace mucho tenía un librito negro que en la tapa decía “cielo”.

Casi nunca lo abría, solo a veces, en días en que sentía que el cielo me quedaba lejos.

Era un librito en blanco y negro que te dibujaba el cielo, sí, pero antes te pasaba por la pena del purgatorio y por el más ardiente de los infiernos.

Ese librito lo dejé en la playa hace unos 6 años atrás, enterrado frente al mar, ese librito mío no sé por qué se lo confié a la arena si es tan poco firme, porque lo dejé al lado del mar tan inmenso. No sé. Quizá es porque confié en todo lo inmenso y volátil, y enterré al cielo con mis propias manos, esperando que alguna vez la arena y el mar me lo traigan de vuelta.

las olas van y vienen, la arena de los relojes galopa y ese librito solo es un recuerdo.

(desde entonces vivo sin cielo)

Pero dentro de poco, ese cielo, me lo devolverá el viento.

Hoy almorcé en casa y frente a los platos me estaba despintando.

Se me caían los colores en la sopa, se me teñía la ensalada y la pasta.

Escuchaba noticias que me dejaban como un diario en blanco y negro.

Vi que en la servilleta se había quedado una mancha de colores. Los labios se me habían quedado pálidos y en silencio.

Afuera hacía mucho frío y garuaba, salí a comprar más medicinas y me volví un borrón de colores opacos que dejaban una estela multicolor, un arcoiris gastado y raído se acostaba detrás de mis pasos en el pavimiento.

Sin cielo y sin sinfonía.

Descolorido.

Pensé en hacer un dibujo y empuño los lápices de colores.

El día me había dado la espalda y yo he insistido con mi dedo índice.

Sin color, sin palabras, sin cielo y sin sinfonía.

Así me había quedado.

Hasta que con un mensaje tuyo, mi día volvió a ser hermoso.

 

 

Mañana cuando sea un pájaro

Mañana cuando sea un pájaro
desnudo
sobre esta cama
vacía
me iré quitando
uno a uno
estos huesos que me pesan
estos huesos tan densos
tan llenos de gravedad
dejaré este esqueleto que me mantiene unido
y aferrado a la tierra
y me vestiré de huesos nuevos

Por cada ausencia tuya
me crecerá una pluma brillante y oscura
por todo el deseo escondido
mi sangré hervirá bajo mi piel de ave
perderé mis labios que no te han besado
y me saldrá un pico gris
perderé mis brazos como en cada noche
que pasé sin tu cuerpo
y me saldrán alas desde el centro del pecho
donde guardaré un corazón
que saldará todos los latidos que te debo
me crecerán dos patas ligeras
y dejaré atrás
todos mis pasos lejanos
y opuestos a ti

Alzaré mi primer vuelo hacia ti
huyendo de mis ultimos años blancos
de mi estación vacía

Hasta llegar a la ventana de la habitación
donde tú estás
y volaré en tu mundo
estrellándome en tus paredes
caminaré dando saltos por tu cama
daré picotazos a tus libros
escribiéndote (ahora) en relieve
me alimentaré de las migajas de tu pan
que caen sobre tu cuerpo y mesa
construiré mi nido en la habitación
mi nido hecho de tu pelo
de las fibras de tu ropa
de pedazos de tu piel
de los papeles de tus cartas rotas

Mañana cuando sea un pájaro
me quedaré contigo
comeré de tus manos
me esconderé en tus libros
volaré siempre tan libre
por ese tu pequeño espacio

(Quisiera ser un pájaro para perder mi libertad de ahora y me tengas en tus manos viviendo en una jaula, que abrirías con un lienzo haciéndome el día y la noche, siempre)

 

🦉

 

 

Soñar despierto

Hace casi un año el médico me dijo que para poder dormir hay que pensar en dormir y sólo en eso y que hay que estar en ese lugar y en ese tiempo.

– Y en qué piensas antes de dormir?

– Depende, oiga. a veces pienso que estoy tendido sobre el lomo de mi gata y me voy arrullando con el movimiento de sus pasos. Ella va trepando árboles y saltando de tejado en tejado y yo voy viendo la ciudad puesta de cabeza, las ventanas abiertas y la gente mirando a mi gata y yo mirándolos a ellos, veo todo desde arriba, y miro dentro de las chimeneas, también veo muchos colores mientras siento un vértigo, porque mi gata y yo vamos cayendo a tierra. Luego, damos unos saltitos y nos tumbamos en el sofá frente a la tele, entonces pienso en el programa de televisión reflejado en los ojos de mi gata…

– ¡Muy mal!, me dijo seriamente. Deberías pensar en que duermes entonces solo así lograrás domir y descansar.

(Yo seguía pensando en el programa de tv)

– Sabe, mejor recéteme una película para dormir y un disco para el dolor de espalda.

Y con eso a veces duermo bien, otras sueño despierto como hoy, y eso me pone muy feliz.

 

 

Algo me está pasando

Y esta frase parece llevarte al terreno de lo negativo, y tú te agarras al asiento mientras lees pensando que quien escribe esto es un monstruo verde. Pero es solo alguien que muta, que cambia y se transforma, tan fácil como desvestirse, tan claro como los ciclos del agua, tan simple como que ahora mismo, mientras escribo seguro me evaporaré y me haré invisible en cada palabra)

Me está pasando algo porque voy descubriendo cada día cosas nuevas que permanecieron escondidas delante de mí, camufladas en ellas mismas y con otro nombre.

Así, hace dos días me di cuenta que es un placer meterse a una habitación oscura, cubrirse hasta los ojos con la manta, sentir las pelusas de lana húmedas y vivas por mi respiración sobre mi piel y mirar el techo iluminado por la luz que se colaba por las grietas de las puertas y ventanas. Solo eso sin pensar en nada.

Y sin nadie.

Descarto así el placer de las caminatas, o de la primavera, de los bares al sol, de la gente reunida y hablando animada.

La penumbra como un lienzo para mi cuadro, la luz rasgando el techo que sangraba sombras, el sonido de mi respiración como las olas de un mar vacío y el tacto de la lana húmeda como pétalos empapados de rocío, eso me bastaba para sentirme vivo y que no te importe ya nada más.

Algo me está pasando porque (dicen) hablo distinto, pienso distinto y actúo distinto, y creo yo, escribo distinto. Últimamente me estiro como un árbol en primavera (lo hago delante de todos, en medio de la oficina, o a veces cuando estoy en la cocina) me van saliendo raíces, ramas, hojas y me quedo quieto observando al viento, sintiendo que dentro de mi ropa se oculta un búho o mi gata.

Y luego me encojo, me vuelvo un ovillo como un puercoespín amodorrado esperando el invierno y así me quedo en algún rincón de la habitación, desde donde puedo verlo y oirlo todo sin que nadie me vea, una especie de dios camuflado por espinas e incrustado en una piedra envuelto de silencio.

Y sin embargo, si tuviera una entrevista de trabajo mañana, diría que soy sociable, que tengo don de gentes, que me gusta trabajar en grupo y que me sé desenvolver bajo presión.

Cosa que es verdad.

Es que allá afuera,
sé actuar bastante bien

Y solo contigo aquí,
soy
quien quiero ser.

 

 

Bombas

cuando no duermo
se me da por hacer bombas
aunque a estas horas
nadie me venda

ni pólvora
ni cables
ni metralla
ni relojes

nadie me venda mi propia vida
para reventarla de nuevo

todo cerrado
hasta tus ojos
pero igual
armo una bomba
con lo que tengo

con el recuerdo reciente
de tus silencios cortantes
con mis preguntas sin respuesta
con tus deseos que dejas
como clavitos
sobre los que duermo
y con los que me alimento
la metralla de mi vida cotidiana

tomo tu corazón
(lo tenía en una maleta)
lo envuelvo en una postal nublada
y lo ato con mis venas

cable rojo
cable azul

sístole
diástole

la pólvora la encuentro
en los rincones de mi cuerpo
en el olor de mi camisa
en la sangre acumulada
en alguna lágrima ácida
en la sangre de mis heridas

un polvo
pólvora

y finalmente el reloj
mi corazón
su tictac programado
con mis años que son menos
más deprisa
con el tiempo que te he dado
con mi impaciencia al galope
y mi noche de día
con mis siete horas más
sin sueño

un punto

.

todo estalla

(todo-está-allá)

 

 

Has anyone seen my heart?

I think I’ve lost it, it must have fallen.

Or I must have forgotten it somewhere, maybe given away in a book, or left under my bed, or behind an imagined picture, perhaps in the elevator of a building or in the twilight of the mornings, beneath a coffee table by the sea, or at the bottom of a $5 drink, or maybe I sent it with some flowers that day (maybe you didn’t see it), but they still haven’t returned it to me.

Return it to me or someone give me one, it doesn’t matter if it’s squished and made of velvet, or plush, or plastic, I need a heart to sleep cuddling with it

Heart and consciousness

And so the party can be complete

(Bring me my heart, will you 🥺?)

 

 

Tipo B

Una vez me llevaron al médico pues tenía ojeras.

Me preguntaron cosas, llené unos cuestionarios, hice dibujitos y me pusieron un diapazón en la frente y me preguntaron que sentía. Yo dije que una vibración pues eso era lo que debía decir, pero yo lo que sentía era el frío del metal rozándome la frente, una nota en espiral intensa e infinita que se deslizaba por mi médula mientras me perdía en lo blanco del delantal de la doctora.

Luego me dijeron que era una persona tipo B, no lo tomé muy bien. No sabía bien que era ser del tipo B, pero seguro -pensé- era mejor ser A.

Luego me explicaron que las personas del tipo B son aquellas que se desenvuelven mejor (funcionan mejor) de noche, pues la luz del sol y la de la luna influye en ellos de distintas maneras.

Ah, bueno – repliqué cuando me lo explicaron.

Entonces trataron de hacerme persona tipo A. Que no sé si es mejor o peor, pero parece que a esas, a las tipo A, no les hacen tantas preguntas en las entrevistas de trabajo.

B+

Pero bueno, yo sigo siendo B.

Pero con tanta luz a las personas del tipo B no les queda mucho que hacer.

Será por eso que me la paso mirando al techo en blanco.

Mirando las nubes que esconden dragones y dinosaurios.

Caminando en vano.

Repitiéndome palabras en la mente para no olvidarlas pero luego las olvido.

Perdiéndome en lo oscuro de mis ojeras.

Contando los autos rojos, midiendo el tiempo entre las luces de los semáforos, tomando nota de lo absurdo, inventariando lo imaginado.

Me la paso en cualquier parte, menos conmigo.

Por eso escribo.

 

El ayer hiere

Hoy antes de tomar una siesta se me vino una frase a la cabeza: el ayer hiere.

Se me quedó en la cabeza el sonido de esa frase: elayeryere

Me quedé dormido repitiendo elayeryere como un mantra.

Al levantarme tenía fiebre, y quería hacer lo cotidiano, haciendo cosas que hago todos los días mientras en silencio pienso, me repito palabras y a veces las escribo.

Me repito últimamente palabras, creo que es un miedo inconsciente que tengo a olvidar, olvidar mis pensamientos, mi lenguaje, olvidarme a mi mismo. Suelo tener a veces esa sensación cuando me escucho hablando un idioma que no es el mío.

Pero vuelvo al ayer.

elayeryere.

Pensaba en la frase aún, que a pesar de gustarme su sonido, no me gustaba lo que podría significar.

El ayer, las heridas.

Las nostalgias.

Cosas de las que trato de zafarme o de despojarme como cuando las serpientes cambian de piel.

Yo trato de deshacerme de nostalgias, pasar páginas, cambiar pieles.

Prefiero vivir-escribir.

Pero a veces es imposible, las nostalgias están siempre ahí.

Yo he crecido rodeado de nostalgias ajenas que al final se hicieron mías.

Algo así como las herencias, los genes, las maneras, los códigos.

Así funcionan a veces las nostalgias.

Se convierten en símbolos, en colores, en amuletos, en cosas que uno las lleva encima.

También he tenido algunas nostalgias, propias, pero de cosas que sucedieron.

A veces prefiero llamarlas memorias, pasados, escritos, borrones, recuerdos, vacíos.

Desde chico oía hablar en casa sobre cosas que yo nunca vi, pero las guardo en mi memoria como si fueran una herencia.

Un ático de cosas inexistentes. Surreales. Como un reloj de bolsillo de oro que vi de pequeño y siento el tic-tac de su maquinaria en mi lado izquierdo.

Cosas y palabras.

Solía oír en mi familia conversaciones profundas sobre personas que yo nunca conocí.

Yo imaginaba a estas personas.

Imaginaba que yo estaba ahí también dentro de esas nostalgias familiares.

Creo que desde entonces empecé a crearme personajes en la mente.

Como cuando hablaban del abuelo.

Mi abuelo el que era muy fuerte y muy cortés, el que tenía las manos ásperas y gruesas, que sabía hacer muchas cosas, que nunca dejó una deuda pendiente, que trabajaba en una granja, pero que también trabajó en mejorar su pueblo, mi abuelo el que fue siempre un señor y que usaba sombrero. Mi abuelo que se parece a mi padre.

Mi abuelo paterno quién murió en el ’98 el mismo día que yo cumplía 18.

Yo veía las fotografías en blanco y negro donde salían mi padre joven y sus hermanos. Sostenían a los hermanos más pequeños en brazos y detrás una carroza negra, antigua que seguramente se movía despacio.

Tenían esas ojeras, como las mías, pero más remarcadas entonces por la tristeza.

A veces pensaba yo que era mi padre (me parezco mucho a el cuando joven)

A veces pensaba que yo estaba ahí, caminando entre la gente del fondo de la foto que no se distinguía.

Me ponía tan triste ver esas fotos de alguien que murió y que yo nunca conocí.

Recuerdo la primera vez que fui al cementerio a visitar la tumba de mi abuelo. Dos meses después de su muerte y lo recuerdo tan bien.

Es como si yo ya hubiese estado ahí cuando lo enterraron. Y leía el nombre en la lápida de mármol blanquísimo y todos sus apellidos y uno que sobresalía, un apellido que es el mío.

Algunas veces hablo sobre mi abuelo como si lo hubiese conocido.

O como si hubiese sido alguno de los personajes sobre los que he escrito.

Cuando escribo a veces empiezo por garabatos, a veces escribo sólo dos cosas tontas como elayeryere.

Pero casi siempre cuando escribo se me da por pensar en nostalgias (propias, ajenas, reales o inventadas) y eso entonces esto deriva en personajes que flotan delante de mí.

Mis personajes, existen todos, trabajan, van a trabajar, viven, respiran, hablan mi idioma y otros idiomas inventados, tienen pasaporte, nombre y apellido, tienen ojos verdes, azules, grises, negros, marrones, a algunos les he estrechado la mano, con otros he dormido y a otros solo los he mirado a través del agujero diminuto de una cerradura sin que ellos se enteren y desde ahí he cogido la fibra para escribir algo.

Los he ido destejiendo y tejiendo, los he dejado suspendidos en enredaderas de tinta.

Pero también algunos son otros y tantos cuando en realidad son yo mismo reflejado en los pedazos de un espejo roto.

Como ver el apellido tuyo en una tumba y entonces pensar por un segundo que soy yo quién yace ahí hecho polvo.

Retazos de una carta. Rompecabezas de mi vida. Notas musicales. Pedazos de papeles en blanco.

Hoy en la noche me acordé de alguien muy interesante.

Sucedieron entonces una serie de coincidencias delante de mí, como aquellas que suceden cuando uno se enamora de golpe.

Recordé que este señor hablaba de las nostalgias, habla de la soledad del uno más uno, de escribir para tener compañía, habla de lo vivido, de lo recordado y de lo olvidado, también me llamó mucho la atención lo que dijo en ese momento sobre los folios en blanco.

No pude estar más de acuerdo con él, tanto que me pareció estar escuchando a veces mis propias palabras. Y recuerdo ahora lo que pensaba hace unos días mientras miraba le techo de mi habitación sobre los papeles en blanco:

El papel no es muro, el papel es un guiño en blanco.

Él más o menos decía esto:

“Leo libros usados porque las páginas muy hojeadas y manoseadas pesan más en los ojos, esas que un día estuvieron en blanco y alguien puso toda su magia del momento, cada ejemplar de un libro puede pertenecer a muchas vidas y traen al presente el pasado y las nostalgias, los libros no tendrían que quedar vigilados en los lugares públicos, sino trasladarse con los caminantes que los llevan consigo por un tiempo y que como ellos tendrían que morir extenuados a achaques, infectados, ahogados tras lanzarse desde un puente con los suicidas, metidos en una estufa en pleno invierno, destripados por los niños para hacer barquitos, tendrían que morir de cualquier forma menos de aburrimiento y propiedad privada, condenados a una estantería de por vida.”

Tengo muchas ganas de leer otra vez algo que él haya escrito.

Quizás algún día encuentre su libro.

Cuando me acordaba de eso, pensé en mi abuelo, el de mi nostalgia que nunca sucedió, la peor de todas, según una canción. Me dejaron nostalgia también, inexplicablemente, las palabras de este escritor, sus frases se quedaron dentro de mí.

Y me puse a pensar en mí, en mis ancestros, mi posible descendencia, en tantos personajes.

Y otra vez yo. Personaje en estas líneas.

Entonces comencé a ensuciar este folio digital, a seguir guiños que llenan mis vacíos de noches en blanco.

Entonces comencé a escribir:

Es de noche y he despertado con cierta temperatura, creo que hoy me he bañado tantas veces que mi cuerpo solo quiso enfermar.

Lo de la fiebre es algo que nunca me ha disgustado del todo.

Es como estar enamorado.

Y el amor es otra cosa que no me disgusta del todo, aunque a veces, lo confieso, me ha puesto verde, verde selva, verde hierba, pelo verde y por lo mismo ”las cosas me están mirando. Y yo no puedo mirarlas”.

Yo tengo que verlo todo, ver y ser visto, de eso se trata.

Y el amor también se trata de eso.

Exhibirte mientras alguien te contempla o contemplar al exhibicionista que se sabe visto.

Exhibicionismo puro como este texto.

Pero no tengo ganas de escribir sobre el amor, ¿quién escribe sobre el amor cuando le duele la espalda y la garganta?

Bastante más podría escribir sobre la tristeza, con esta sensación de algo que me raspa en el fondo de la garganta.

La tristeza raspa.

Tristeza como clavos en mi paladar que se oxidan, la tristeza que no me dejó decir la última palabra, la tristeza es un silencio que pesa.

Hay tristeza aún en el brillo febril de mis ojos

Pero mejor vuelvo a la fiebre.

La fiebre le da un brillo especial a todo lo que me rodea, es como un resplandor de nébula sobre cada cosa.

La fiebre hace que sienta que las extremidades se me estiran, hace que el cielo de mi habitación se llene de estrellas, mientras siento que mi sangre está llena de burbujas, rojo efervescente.

Creo que cuando dicen que Dios creo al hombre o a los miles de hombres, lo hizo con fiebre. Tomó entre sus manos un poco de arcilla fría y con el calor empezó a jugar como un párvulo lo haría como la plastilina.

Así seguramente nos hizo, blandos, tibios, vulnerables y efervescentes.

Por eso, la tristeza nos duele y nos hierve tanto, nos raspa en cada burbuja interna, vuelve nuestras efervescencias dolorosas.

Recuerdo cuando en la universidad se me rompió un termómetro.

En ese momento eso me recordó a mi infancia. Me encantaba romper termómetros y guardar el mercurio.

Sigo pensando que el mercurio tiene vida.

Si yo no supiera que la gente lleva sangre dentro de las venas, pensaría que lleva mercurio.

Ese afán de escurrirse a veces y perderse, como una gota diminuta o juntarse en una bola muy grande, eso es típico de la gente.

(Sino que lo digan los sociólogos que siempre hablan de esas cosas)

Sabes, yo imagino que tu sudar es plateado, así debe sudar también la luna de Leonard Cohen ”in the bed where the moon has been sweating” así pienso también que ese sudor plateado se queda siempre entre tus sábanas.

Sudor de mercurio, pero plateado como el de la luna.

Pero el sudor de la fiebre es anaranjado.

Como un atardecer de verano.

Hace que el cuerpo de uno se vuelva la superficie donde se pone el sol, y entonces los filos del cuerpo se transforman en el horizonte donde un sol de 38 grados se oculta pero sigue calentando. La fiebre convierte al cuerpo que yace en la cama es un desierto de arena hirviendo, con penumbras tibias entre las dunas de la columna, en la garganta, oasis en los ojos vidriosos.

Hoy en la cama mientras esperaba una baja de temperatura con paracetamol que me vendió un mago, imaginé que era un país.

Imaginé que en las TVs y en el internet de toda la población que habitaba en mi cuerpo, los reportes del clima sentenciaban, “ola de calor”.

Empecé a sentir un hormigueo en todo el cuerpo y pensé que era toda la gente que me habitaba, se movía en busca de un lugar más fresco.

Y entonces llegaban a las palmas de mis manos, húmedas, que sudaban un poco frío.

Tenía millones de habitantes calurosos, con sombrillas de playa y ropas ligeras en mis puños. Un poco desolados, tristes y ridículos como cuando la gente va en grandes grupos a las playas y van arrastrando sus memorias, nostalgias y pasados.

elayeryere

elayeraunsiguehiriendo

Cerré los puños y los maté a todos.

Se volvieron mercurio.

Y fui entonces un país desolado.

 

 

 

Lima

While I’m here, I walk outside and under the drizzle, thinking about the warmth of your sheets. I regret it, walk with your steps and the color of my coat. In Lima, at this hour, no one thinks about you, but I do, here.

And I regret it softly and think about what I’m writing now.

I looked at my pupils before going out, they are dilated, but actually, the color of the iris is lighter when one just opens their eyes after a nap. A black spot on my pale eyes.

Khaki.

Soldier’s uniform that has lost the war and is dying wrapped in its worn uniform and its withered flag.
The eyes lighten when one is dying. They also lighten when one is hungry, when one has hangovers, fevers, dawns, when one is sad. My eyes lighten when I think of you.

And when I think of Lima, I think of your dilated pupils, your first glance at me, two black holes absorbing me.
And I, blue. Deep blue, dark blue, the blue of planet Earth as seen in science magazines, which people surely read while they’re calmly in a café.

Sad blue, Lima’s Metro line, where our faces, like in an old photo, traverse the city’s arteries, dark, flickering lights and their arteries with galloping children, gray, and your face circulating within me, tying knots in my heart.

In Lima, the news says, a cold wave has struck.

White cold like my empty cotton sheets, where I twist looking at the ceiling, where my heart is a wet, childless yard, where my underground skin arteries stretch, where my blood gallops and hurts, where I am not and however I am

orphaned
tired
lost
very sad
self-absorbed
alone
bored
without you.

 

 

Trip

Today I started thinking if maybe I have a philia.

It’s just that today I was in a stationery store, I stayed there for about 45 minutes looking, touching, and smelling things, and I also filled a basket with useless items (thick cardboard and lots of colored pencils, pens, watercolors, even though I don’t know how to paint (yet).

I left there feverish, today I remembered this because of you and I just hope that tomorrow everything will have passed. You know, I like collecting stationery. And I like the smell of stationery, especially the smell of new paper and ink.

I have a very keen sense of smell. I was searching the internet to see if there was any description for this hobby, but I didn’t find anything except that I discovered I might have two philias:

Lexiconophilia and Logophilia

What I did realize is that I’m not the only one, and I thought maybe there’s even a club for stationery lovers (and maybe I’ll add it to my list).

Well, another thing I like to do (I don’t know if it’s a philia) is write letters, and although it almost always happens to me like in García Márquez’s “No One Writes to the Colonel”, I keep writing them. I used to write letters to imaginary people. Sometimes to people I didn’t know. Sometimes to people who were no longer in this world and whom I knew. Once I thought about writing a novel made only of letters, but none of the letters had any connection, so nothing really happened.

I’ve always wanted to write a novel. I still haven’t managed to. When I started writing, I must have been about 13 years old, I thought about writing a novel about my family. I was going to title it “If My Grandfather Were Alive” or “When the Garden Had Begonias” (phrases I had heard back then in family conversations). But I only wrote about three pages that ended up as a teenage story that got lost. When I was 13, I thought that by the age of 25 I might have written one or two novels. I also thought that by 25 I would have traveled all over South America, including the Guyanas, which no one ever seems to care about.

At 25, I thought I couldn’t write anything anymore, at 27 I started writing again but only lasted two weeks.

At 40, I did it again, then accidentally lost what took me months to write.

So I think there’s no novel yet, but what I write here comes from the heart, which is even more important. If you want, don’t give it a name, but give it a purpose, to accompany you, to accompany me.

Speaking of the keen sense of smell, today I wrote this letter.

Love.

You know that during the year-end holidays, many people here tend to leave home and go on trips and such.

I’ve done it before, but I must confess, a bit out of inertia.
What I really wanted to do was stay home, rearrange all the furniture, wash absolutely all the dirty laundry, clean the windows, paint my room, throw away what I don’t use, and keep only the essentials.

Something like that. Leave everything sparkling clean and lighter. All in just a couple of days, and then I would set the clock forward, making myself older.

Yes, because the fact that I want to do these things during the holidays instead of something else shows that I’m getting a bit older.

Anyway.

I return to the trip.

I’ll spare you the details of the trip, as by now they are irrelevant, they serve no purpose. Although you never know.

I’m writing to you because I wanted to tell you, yes, something that happened to me on this year-end trip.

I visited a cabin that was under construction.

In that place, the constructions are all made of pure and young wood.

As soon as I entered there and saw a skein of red wool, that memory made me think of you.

Yes, I think of you, and it’s like a punch, it happens sometimes, a punch to my senses, like the smell of a skein of wool, which at that moment had no connection.

Now I think that inevitably that smell will make me think of you, maybe always.

I stepped out of that cabin for a while, not because the smell tired me, but because I felt a sudden sadness that hurt me.
I think those around me realized that something was happening to me.

Then outside, things got worse.

There was a bonfire burning with a long, orange flame, and then I remembered the flaws.

What I did was stand beside the bonfire, so I could justify why my eyes suddenly turned red.

“How much smoke”, I said and smiled. You know, sometimes I smile when I fear being discovered.

So I stayed there, inhaling the smell of smoke from the bonfire and only thought about something I had heard on the radio back in the ’90s, about the red thread, the one that ties two people together forever, that invisible red thread that connects those who are destined to meet, regardless of time, place, or circumstances. The thread can stretch or contract, but it never breaks, and I remember that even though I was with someone at that moment in my life, I didn’t feel that connection.

Then, little by little, the memories faded away, and things went on as usual. So now I think about that skein with that red thread unwinding, warning me about something that wasn’t going to arrive just yet.

So now I think that if I had stayed home, changing everything, maybe I wouldn’t have felt what I felt, preparing me for this moment.

Now, instead, I want to travel with you and carry that skein of red wool in the backpack.

Trips (even those taken out of inertia) always carry something within, some surprise, like realizing that you still have a lot to live for.

And as always, after writing all this, you will always find here in this piece of paper, that bear hug and today the wish for your speedy recovery.

Unconditionally yours.

J. M.

P.S. Shall we travel this year-end?